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viernes, 22 de febrero de 2008

LA CRUCIFIXION DESDE EL PUNTO DE VISTA MEDICO - CUARTA PARTE

GOLGOTA

El pesado patíbulo de la cruz fue atado sobre sus hombros.

La procesión del condenado Cristo, dos malhechores y el piquete de ejecución de soldados romanos encabezados por un centurión comenzó su lenta marcha por la ruta que hoy conocemos como "La Vía Dolorosa".

A pesar de los esfuerzos de Jesús para caminar erguido, el peso del madero junto con el espasmo producido por la perdida de sangre era demasiado.

Tropezó y cayo clavándosele el tosco madero en la piel lacerada y músculos del hombro. Trato de levantarse pero los músculos humanos habían sido llevados mas allá de su tolerancia.

El centurión, ansioso de proseguir con la crucifixión, eligió a un fornido africano del norte que miraba -Simón de Cirene- para llevar la cruz.

Jesús lo seguia sangrando aun y transpirando el frió y pegajoso sudor del espasmo.

La marcha de unos 600 metros desde el Fuerte Antonia al Gólgota fue finalmente completada y el prisionero volvió a ser desnudado excepto por el taparrabo que se les permitía a los judíos.

Comenzó la crucifixión: se le ofreció a Jesús vino mezclado con mirra, una suave mezcla analgésica para aliviar el dolor. Rehusó la bebida.

A Simón se le ordeno dejar el patíbulo en el suelo y derribaron a Jesús de espaldas con sus hombros contra la viga.

El legionario le palpo la hendidura por delate de la muñeca y perforo con un pesado clavo cuadrado de hierro forjado la muñeca clavándolo en la madera.

Se paso rápidamente al otro lado y repitió la operación, cuidando de no extender demasiado el brazo permitiéndole cierta flexión y movimiento.

El patíbulo era luego alzado y calzado al tope del madero vertical y el "titulo" donde se leía "Jesús de Nazaret, Rey de los judíos", fue clavado en su lugar.

El pie izquierdo era presionado hacia atrás contra el derecho.

Con ambos pies extendidos con los pies hacia abajo, se clavaba un clavo a través de ambos arcos dejando las rodillas flexionadas moderadamente.

La victima estaba ahora crucificada.


EN LA CRUZ

Cuando Jesús lentamente se deslizo hacia abajo hasta colgar, con el mayor peso depositado en los clavos de las muñecas, un dolor ardiente agudísimo se disparo a lo largo de los dedos y hacia arriba por los brazos hasta explotar en el cerebro.

Los clavos de las muñecas presionaban los nervios medios que son fibras nerviosas troncales que atraviesan el centro de la muñeca y de la mano.

Al empujarse hacia arriba para evitar este tormento por estiramiento, colocaba todo su peso sobre el clavo que atravesaba los pies.

Nuevamente se producía una agonía de dolor ardiente al desgarrar el clavo los nervios entre los huesos metatarcicos de los pies.

A este punto se producía otro fenómeno: al fatigarsele los brazos grandes oleadas de calambres le pasaban por los músculos engarrotandolos en profundo dolor punzante que no cedia.

Con estos calambres se producía la incapacidad de impulsarse hacia arriba.

Al colgar de los brazos los músculos pectorales, grandes músculos del pecho, se paralizaban y los músculos intercostales, pequeños músculos entre las costillas, no podían actuar.

Se podía inhalar aire a los pulmones pero no se podía exhalar. Jesús luchaba por elevarse para tener al menos un pequeño respiro.

Finalmente el nivel de dióxido de carbono de los pulmones y del torrente sanguíneo aumentaba y los calambres se atenuaban parcialmente.

En forma espasmódica Jesús podía elevarse hacia arriba para exhalar e inhalar oxigeno vivificante.

Fue sin duda en estas ocasiones que pronuncio las siete breves oraciones que fueron registradas.

La primera mirando a los soldados romanos jugándose su manto de una sola pieza a los dados:

"Padre perdónalos porque no saben lo que hacen"

La segunda al malhechor penitente:

"Hoy estarás conmigo en el paraíso"

La tercera, mirando a Maria su madre dijo:

"Mujer, he ahí tu hijo"

Y luego, vuelto hacia el aterrorizado adolescente Juan, traspasado de dolor-el amado apóstol Juan- dijo:

"He ahí tu madre"

El cuarto clamor es el comienzo del Salmo 22:

"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?"

Sufrió horas de dolor ilimitado, ciclos de calambre que producían desgarradoras torceduras, asfixia parcial intermitente y dolor ardiente al desgarrársele tejido de su espalda lacerada debido a su movimiento hacia arriba y hacia abajo contra el rugoso madero de la cruz.

Después empezó otra agonía: un dolor profundo como si se le hundiera el pecho, mientras el pericardio -la bolsa que rodea el corazón-, lentamente se llenaba de suero y comenzaba a comprimir el corazón.

La profecía del Salmo 22: 14 se estaba cumpliendo:

"Soy derramado como agua y todos mis huesos están descoyuntados; mi corazón es como cera; se derrite en medio de mis vísceras."

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