Ya desde el principio de su ministerio Jesús había estado hablando de su muerte y resurrección: “Respondió Jesús y les dijo: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré. Dijeron luego los judíos: En cuarenta y seis años fue edificado este templo, ¿y tú en tres días lo levantarás? Mas él hablaba del templo de su cuerpo. Por tanto, cuando resucitó de entre los muertos, sus discípulos se acordaron que había dicho esto; y creyeron la Escritura y la palabra que Jesús había dicho” (Juan 2:19-22).
Al cabo de los tres años y medio del ministerio público de Jesús, conforme a lo que Jesús le dijo a sus discípulos fue a Jerusalén para morir por nosotros.
Es significativo que el fue en el tiempo de pascua donde se sacrificaba el cordero por los pecados del pueblo. Recordemos que en Juan 1:29 cuando Juan el Bautista vio a Jesús dijo: “El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.”
En Lucas 22:19-20 Jesús le dijo a sus discípulos que Él estaba entregando su cuerpo y su sangre para instaurar el Nuevo Pacto: “Y tomó el pan y dio gracias, y lo partió y les dio, diciendo: Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí. De igual manera, después que hubo cenado, tomó la copa, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama.”
En Juan 10:17-18 vemos que nadie le quitó la vida a Jesús sino que el la entregó de su propia voluntad por nosotros: “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre.”
Justo antes de ser entregado por Judas, mientras oraba en el monte de Getsemani, Jesús pudo haber evitado su muerte, pero el decidió entregar su vida por nosotros. “Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú. Vino luego a sus discípulos, y los halló durmiendo, y dijo a Pedro: ¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora? Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil. Otra vez fue, y oró por segunda vez, diciendo: Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad” (Mateo 26:39-42).
Había una copa por la que Jesús tenía que pasar, el debía morir por nosotros. Después de ese pasaje vemos como llegó Judas para traicionarlo y entregarlo a la multitud que venía para apresarlo. Vemos que Jesús fue enjuiciado, golpeado, azotado, humillado y finalmente condenado a morir de la manera más humillante, la muerte de cruz. El propósito de esa muerte era tomar nuestro lugar y pagar el precio de nuestro pecado. “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8).
En esa cruz, Jesús se hizo pecado por nosotros, tomó nuestra naturaleza, y murió espiritualmente, como dice en 2 Corintios 5:21: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.” Como resultado de esto por primera vez en su vida se rompió su comunión con el Padre. Es por eso que en Mateo 27:46 Él gritó: “Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”
Ese fue el momento más duro por el que pasó Jesús; algo más grande que los sufrimientos y dolores por los golpes y la crucifixión, el estar alejado de Dios, el morir espiritualmente.
De ahí a poco es que murió físicamente, como dice el verso 50: “Mas Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu.”
Juan nos da más luz acerca de la muerte física de Jesús en Juan 19:31-37: “Entonces los judíos, por cuanto era la preparación de la pascua, a fin de que los cuerpos no quedasen en la cruz en el día de reposo (pues aquel día de reposo era de gran solemnidad), rogaron a Pilato que se les quebrasen las piernas, y fuesen quitados de allí. Vinieron, pues, los soldados, y quebraron las piernas al primero, y asimismo al otro que había sido crucificado con él. Mas cuando llegaron a Jesús, como le vieron ya muerto, no le quebraron las piernas. Pero uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua. Y el que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero; y él sabe que dice verdad, para que vosotros también creáis. Porque estas cosas sucedieron para que se cumpliese la Escritura: No será quebrado hueso suyo. Y también otra Escritura dice: Mirarán al que traspasaron” (Salmo 34:20, Zacarías 12:10).
Según la ciencia médica, como escribe Josh Mc Dowell en su libro Evidencias que Exigen un Veredicto, el hecho de que sangre y agua salieran del costado de Jesús al momento que le atravesó la lanza del soldado, significa que su corazón había explotado y que ya había muerto.
Al cabo de los tres años y medio del ministerio público de Jesús, conforme a lo que Jesús le dijo a sus discípulos fue a Jerusalén para morir por nosotros.
Es significativo que el fue en el tiempo de pascua donde se sacrificaba el cordero por los pecados del pueblo. Recordemos que en Juan 1:29 cuando Juan el Bautista vio a Jesús dijo: “El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.”
En Lucas 22:19-20 Jesús le dijo a sus discípulos que Él estaba entregando su cuerpo y su sangre para instaurar el Nuevo Pacto: “Y tomó el pan y dio gracias, y lo partió y les dio, diciendo: Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí. De igual manera, después que hubo cenado, tomó la copa, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama.”
En Juan 10:17-18 vemos que nadie le quitó la vida a Jesús sino que el la entregó de su propia voluntad por nosotros: “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre.”
Justo antes de ser entregado por Judas, mientras oraba en el monte de Getsemani, Jesús pudo haber evitado su muerte, pero el decidió entregar su vida por nosotros. “Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú. Vino luego a sus discípulos, y los halló durmiendo, y dijo a Pedro: ¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora? Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil. Otra vez fue, y oró por segunda vez, diciendo: Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad” (Mateo 26:39-42).
Había una copa por la que Jesús tenía que pasar, el debía morir por nosotros. Después de ese pasaje vemos como llegó Judas para traicionarlo y entregarlo a la multitud que venía para apresarlo. Vemos que Jesús fue enjuiciado, golpeado, azotado, humillado y finalmente condenado a morir de la manera más humillante, la muerte de cruz. El propósito de esa muerte era tomar nuestro lugar y pagar el precio de nuestro pecado. “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8).
En esa cruz, Jesús se hizo pecado por nosotros, tomó nuestra naturaleza, y murió espiritualmente, como dice en 2 Corintios 5:21: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.” Como resultado de esto por primera vez en su vida se rompió su comunión con el Padre. Es por eso que en Mateo 27:46 Él gritó: “Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”
Ese fue el momento más duro por el que pasó Jesús; algo más grande que los sufrimientos y dolores por los golpes y la crucifixión, el estar alejado de Dios, el morir espiritualmente.
De ahí a poco es que murió físicamente, como dice el verso 50: “Mas Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu.”
Juan nos da más luz acerca de la muerte física de Jesús en Juan 19:31-37: “Entonces los judíos, por cuanto era la preparación de la pascua, a fin de que los cuerpos no quedasen en la cruz en el día de reposo (pues aquel día de reposo era de gran solemnidad), rogaron a Pilato que se les quebrasen las piernas, y fuesen quitados de allí. Vinieron, pues, los soldados, y quebraron las piernas al primero, y asimismo al otro que había sido crucificado con él. Mas cuando llegaron a Jesús, como le vieron ya muerto, no le quebraron las piernas. Pero uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua. Y el que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero; y él sabe que dice verdad, para que vosotros también creáis. Porque estas cosas sucedieron para que se cumpliese la Escritura: No será quebrado hueso suyo. Y también otra Escritura dice: Mirarán al que traspasaron” (Salmo 34:20, Zacarías 12:10).
Según la ciencia médica, como escribe Josh Mc Dowell en su libro Evidencias que Exigen un Veredicto, el hecho de que sangre y agua salieran del costado de Jesús al momento que le atravesó la lanza del soldado, significa que su corazón había explotado y que ya había muerto.
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