
"Jesús vino a    darnos una guía moral, y para demostrar que hablaba en serio, se dejó matar y    se dejó ver después de muerto, para que le escuchásemos y fuésemos buenos".   
   No habiendo sido    educado en ninguna religión particular, tardé mucho en descubrir que esta    visión de la muerte de Jesús y su Resurrección (que conocí por mi abuela)    tenía más en común con la película de ciencia ficción Ultimátum a la Tierra    (de 1951, en Hispanoamérica se tituló El Día que Paralizaron la Tierra)    que con la fe histórica de cristianismo. Pero esta visión de Jesús como si    fuese el extraterrestre Klaatu, impresionando a los patanes con trucos    espiritualistas para que escuchen su predicación, no es sino una de las muchas    visiones "alternativas" de la resurrección de Cristo. En esta visión no es    especialmente importante si Jesús resucitó corporalmente, con tal de que sus    discípulos supiesen que Él estaba "realmente vivo", como un fantasma    particularmente impresionante.
   Para otros, no es    importante si Jesús está vivo, aunque sea como un fantasma, con tal de que    "viva en los corazones de sus paisanos". Ésta es más o menos la posición de    supuestos "teólogos cristianos" como John Dominic Crossan, que alegremente    relata estas simpáticas noticias en Jesus: A Revolutionary Biography    (1994).
   Lo que le pasó real    e históricamente al cuerpo de Jesús se puede juzgar mejor observando como    posteriormente los cristianos lenta pero firmemente aumentaron la dignidad    reverencial de sus lugares funerarios. ¿Pero qué había en el principio que    requiriese un volumen tan intenso de insistencia apologética? 
      Jesús, comida para perros
   Si los romanos no    observaron el decreto del Deuteronomio, el cuerpo de Jesús se habría dejado en    la cruz, para las bestias salvajes. Y sus seguidores, que habían huido, lo    sabrían. Si los romanos observaron el decreto, los soldados se habrían    asegurado de que Jesús estuviera muerto y ellos mismos lo habrían enterrado    como parte de su trabajo. En cualquiera de los dos casos -su cuerpo abandonado    en la cruz o en una tumba superficial apenas cubierta de polvo y piedras- le    esperaban los perros. Y sus seguidores, que habían huido, demasiado bien lo    sabían. Observemos, entonces, cómo el horror de esa verdad brutal se sublima    en su contrario mediante la esperanza y la imaginación. 
   Dicho de otra    forma: el cadáver de Jesús era comida para perros desde hacía mucho tiempo,    pero puesto que los apóstoles eran muy buenos en psicosis religiosas y en    hacer limonada sin limones, podemos decir que la Resurrección está llena de    "esperanza" en un sentido que solamente pueden entender teólogos sumamente    avanzados como Crossan.
   Hay otros que    resuelven el problema de la Resurrección no dejando que Jesús muera. En esta    visión, otra persona es crucificada en Viernes Santo (alguien que realmente lo    mereciese, como Judas Iscariote), mientras Jesús se va a una jubilación bien    ganada en algún sitio. Dependiendo de qué leyenda o Libro Impactante elijamos    (por ejemplo, Holy Blood, Holy Grail, de Michael Baigent) ese "algún    sitio" puede estar en cualquier lugar desde Japón a Francia. A menudo los    escenarios del tipo "Jesús no murió" ofrecen finales de flores y corazoncitos,    de los que gustan en Hollywood, en los que el Hijo del Hombre, jubilado,    finalmente se lleva a su chica, como Clark Kent en Superman II, y ya no    tiene que seguir su ingrata tarea de proclamar verdades. Por lo general, se le    envía a algún viñedo con María Magdalena, para fundar una dinastía de    Merovingios o algo similar. En lugar de ahorrarle del todo la crucifixión,    algunas variantes admiten que fue crucificado pero insisten en que sólo se    desmayó (posiblemente con la ayuda de un poco de vino drogado) y recobró la    conciencia más tarde. Pero la reclamación central de todas estas variantes es    que Jesús realmente no murió en la Cruz.
      ¿Un Jesús ilusorio o un cadáver robado?
   Otros, a menudo    involucrados en el movimiento de la Nueva Era, solucionan el problema diciendo    que Jesús sólo era un espíritu (divino o angélico, dependiendo de la    preferencia del autor) que parecía ser un hombre, como una especie de visión    sagrada. Esto resuelve el problema de Su muerte haciendo de ella una ilusión:    una limpia disposición de una crucifixión fastidiosa que preserva el final    feliz. Mientras tanto, otros tienen explicaciones mucho más sencillas y más    crudas: los discípulos robaron el cadáver, mintieron y fundaron un culto para    su propia ganancia egoísta y por poder.
   Un poco más amable    que ésta es la Teoría de Alucinación Histérica, que dice que los    bienintencionados apóstoles "alucinaron" la Resurrección. 
   Otros dicen que fue    una generación posterior de cristianos la que añadió la Resurrección al Nuevo    Testamento. Originalmente, era sólo una colección de memorias apostólicas    sobre el Difunto Maestro y sus ingeniosas enseñanzas. Muchos creen que San    Pablo está detrás de todo (véase, por ejemplo, Mythmaker: Paul and the    Invention of Christianity, de Hyam Maccoby). Bajo la influencia del mito    pagano, San Pablo supuestamente transformó a aquel rabino judío corriente en    una figura del Cristo Cósmico. Los apóstoles originales, según esta escuela,    estarían horrorizados por lo que Pablo le hizo a las enseñanzas del gentil e    ingenioso Yeshuá. 
      Las teorías alternativas no encajan entre ellas
   Una de las    dificultades obvias de todas estas teorías es que no encajan bien entre ellas.    Si tenemos que echarle la culpa a las generaciones posteriores de importar    mitos sobre la Resurrección, no podemos culpar a las primeras. Si todo es    culpa de Pablo, entonces no es de Pedro. Si los Once son ladrones de    cadáveres, entonces no son alucinadores bienintencionados, y viceversa. Tales    teorías demuestran lo que C.S. Lewis denominaba "la incansable fertilidad del    desconcierto", y mucho más cuando sus adherentes intentan obviar la montaña de    evidencias sólidas que apoyan la verdad de la propuesta cristiana. No es de    extrañar, ya que estas "explicaciones alternativas" son todas mucho más    difíciles de creer que la explicación cristiana de la Resurrección, que es    bien resumida por San Pablo en 1 Corintios 15:1-14:
               "Os recuerdo, hermanos, el        Evangelio que os prediqué, que habéis recibido y en el cual permanecéis        firmes, por el cual también sois salvados, si lo guardáis tal como os lo        prediqué... Si no, ¡habríais creído en vano! Porque os transmití, en        primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros        pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer        día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce;        después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales        todavía la mayor parte viven y otros murieron. Luego se apareció a        Santiago; más tarde, a todos los apóstoles. Y en último término se me        apareció también a mí, como a un abortivo.
  Pues yo soy el último de los apóstoles: indigno del nombre de apóstol, por        haber perseguido a la Iglesia de Dios. Mas, por la gracia de Dios, soy lo        que soy; y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí. Antes bien, he        trabajado más que todos ellos. Pero no yo, sino la gracia de Dios que está        conmigo. Pues bien, tanto ellos como yo esto es lo que predicamos; esto es        lo que habéis creído.
  Ahora bien, si se predica que Cristo ha resucitado de entre los muertos        ¿cómo andan diciendo algunos entre vosotros que no hay resurrección de los        muertos? Si no hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo resucitó. Y        si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra        fe."
     
   
   Éste, el primer    resumen del Credo de la Fe, da base a mi primera e ignorante noción del    significado y la naturaleza de la Resurrección. Ya que demuestra claramente    que el alma y el corazón real de la enseñanza del Nuevo Testamento sobre Jesús    no es que fuese un predicador, taumaturgo, reformador, sabio o transmisor de    profundas verdades y buenas ocurrencias, y muestra que la Resurrección no eran    unos efectos especiales para impresionarnos y animarnos a seguir sus buenos    consejos. 
      Sin Resurrección, no hay Evangelio
   El primer hecho del    Evangelio cristiano, según el Nuevo Testamento, es la Pasión y Resurrección de    Cristo. Sin la Resurrección, no tienes un Evangelio "original" de dichos    ingeniosos, prudentes consejos y ejemplos modernos. Simplemente, te quedas sin    Evangelio. Esa es la razón por la que cada uno de los Evangelios dedica una    cuarta parte a un periodo de 72 horas en la vida de Jesús de Nazaret: Su    Pasión y Resurrección. 
   Por eso el resto    del Nuevo Testamento está concentrado, de forma abrumadora, en el significado    de esa muerte y de la Resurrección, no en Sus gestos o dichos (casi ninguno de    los cuales se preservan fuera de los Evangelios). Es por eso por lo que hoy    prácticamente nadie, excepto los presentadores de televisión más ignorantes,    mantienen la antaño popular idea de que la Resurrección fue añadida al Nuevo    Testamento por generaciones tardías de cristianos tras la muerte de los    apóstoles. 
   El hecho es que    intentar explicar algo del Nuevo Testamento sin poner la Resurrección en el    centro es como decir que la verdad sobre Abraham Lincoln consiste en tópicos    sobre la paz y la justicia y que eso de la "guerra civil" fue sólo un mito    inventado por hagiógrafos posteriores que no forma parte de la historia    original. Si el "Evangelio original" era sólo una colección de cuentos sobre    Jesús que iban diciendo "es bueno ser bueno", la pregunta que surge es: ¿qué    era exactamente lo que resultaba tan interesante acerca de Él? 
   La única respuesta    se encuentra en los mismos documentos del Nuevo Testamento, que empezaron a    componerse en los 20 años que siguieron a la muerte de Jesús. Éstos ya    contienen cosas como el credo previamente mencionado y la insistencia en que    el Evangelio trata sobre nada más y nada menos que Jesús y la Resurrección (Actas    17:18).
      ¿San Pablo se inventaba cosas?
   Muy bien, no    podemos culpar a "generaciones posteriores" por inventarse la historia de la    Resurrección. Por lo tanto, dicen algunos, echémosle la culpa a Pablo. El    problema de esta teoría es que el mismo Pablo, y los testigos que conocen a    Pablo (como Lucas), así como testigos no influenciados por Pablo (como Mateo y    Juan) parecen tener la impresión de que el núcleo básico de la historia que    cuenta Pablo no es invención de Pablo. 
   "Os transmití, en    primer lugar, lo que a mi vez recibí", o más prosaicamente, "os estoy dando la    Tradición que me enseñaron". ¿Que le enseñó y quién? En el caso de Pablo, los    apóstoles (Gálatas 1:18-21) y la catequesis primitiva normal, que se    impartía en lugares como la Iglesia de Antioquia, donde Pablo vivió muchos    años antes de empezar misión alguna (Hechos 13). 
   Pablo dice este    tipo de cosas continuamente y parece que da por hecho no solamente que lo que    tiene que decir sobre Jesús es conocimiento común a todos los cristianos (no    sólo aquellos que él ha convertido) sino que ninguno de los otros apóstoles    que se paseaban por el Mediterráneo -y ninguna de las Iglesias que ellos    fundaron- iban a pelearse con Él por decir que Cristo ha resucitado. Si Pablo    se hubiese inventado el mito del Cristo Resucitado mientras el resto de los    apóstoles vagaban de aquí para allá compartiendo anécdotas sobre Su Amigo el    Mártir Nazareno, podríamos pensar que alguien se habría dado cuenta.
   En resumen, si la    fe en la Resurrección es tan vieja como Pablo, es que es tan viejo como los    apóstoles mismos. Él la predica por la misma razón que lo hacen ellos:    realmente cree que él vio al Cristo Resucitado, igual que ellos dicen que    vieron al Cristo Resucitado. 
      La invasión de los ladrones de cuerpos
   Ah, sí. Dicen que    Lo vieron. ¿Pero por qué los deberíamos creer? ¿Y si los Once eran sólo    ladrones de cuerpos, robando el cadáver de Cristo para retratarse como los    mejores camaradas del mártir y para fundar un culto con Jesús como cabeza    putativa siendo ellos el Gran Queso que adorar?
   Las dificultades de    esta hipótesis son numerosas. En primer lugar, no actúan como ningún líder de    culto que conozcamos. Los registros que nos han dejado no describen dinamos de    coraje apostólico intrépidas, brillantes, felices, llenas de fe, perspicacia    teológica y agilidad intelectual. Nos muestran un grupo de hombres cuya    honradez los obligaba a dejar cuidadosamente registrado ante el público el    hecho de que eran necios, esnobs, rencorosos, cobardes, partidistas, lentos de    reflejos, ambiciosos, ciegos, egoístas y, cuándo llegó la prueba suprema,    bastante deseosos de salir corriendo en la hora de la prueba terrible de su    Capitán. 
   Comparemos esto con    las exhalaciones adoradoras de la prensa de Corea del Norte acerca de las    Incontables Virtudes de los Líderes Intrépidos, o la perfección inmaculada de    Stalin según la prensa estalinista de los años treinta, o la hagiografía nazi    de Hitler. Los apóstoles se aseguran de que su predicación en público y los    registros públicos incluyen una recitación fiel de sus muchos, muchos pecados.    Además, continúan predicando la Resurrección durante décadas, a pesar de la    separación, persecución, pobreza, amenazas, tortura, y martirio (excepto Juan,    que tuvo el placer de ver como ejecutaban a su hermano Santiago por su    testimonio). En resumen, hablan y actúan como hombres sinceros, no como    hombres que quieren ganar dinero o adquirir poder. 
   En efecto, tan    sinceros son ellos que incluso hacen que Jesús parezca bastante poco divino. A    Jesús nos lo presentan mostrando debilidad, miedo, confesando ignorancia y    haciendo preguntas. Lo describen como incapaz de hacer ciertas cosas. El    registro oficial de los discípulos Le hace decir cosas que suenan como    peligrosas negaciones de su divinidad, como ¿Por qué me llamas bueno? Sólo    Dios es bueno (Marcos 10:18) o "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has    abandonado? (Mateo 27:46).¿Hemos de creer que unos mentirosos astutos    que cuidadosamente inventaron toda la historia para hacer aparecer a Jesús    como el Señor Resucitado no se dieron cuenta de estos detalles perturbadores    en su historia? 
   No. Lo que aparece    con fuerza tremenda en el Nuevo Testamento es que el testimonio lo han dado    personas que dicen la verdad, incluso acerca de hechos incómodos, que no    favorecen inmediatamente sus tesis. Parece gente que auténticamente cree que    Cristo ha resucitado, no personas que mienten sobre un cuerpo que saben    perfectamente bien que fue robado o comido por los perros. Durante el resto de    sus vidas (a través de la tortura y la ejecución), los apóstoles se    comportaron como hombres completamente convencidos de que se habían encontrado    al Cristo Resucitado. 
      ¿Testigos inventados? 
   En efecto, están    tan convencidos que incluyen numerosos detalles que, francamente, ningún    mentiroso inventaría. Así, por ejemplo, ningún mentiroso judío del primer    siglo llamaría como su primer testigo a María Magdalena. Porque la Magdalena    era un testigo sin credibilidad por dos razones para una audiencia judía del    primer siglo. Primero, porque era una mujer; segundo, porque era una mujer de    la que se suponía que le habían expulsado 7 demonios… lo que marca un perfil    psicológico más bien turbio (Marcos 16:9). Los Evangelios se leen como    registros de personas honradas impactadas por los hechos, incluyendo el hecho    de que una de las primeras testigos de la Resurrección fuese una mujer de    reputación incierta.
   Por supuesto,    algunos replicarán que esto demuestra demasiado y que normalmente no    prestaríamos atención al testimonio de un sicótico (esto es, "demoníaco"), así    que ¿por qué molestarnos con María? 
   Porque María está    entre los primeros testigos, no los últimos. Los registros señalan a cientos    de testigos -la mayoría aún vivos en los tiempos en que se escribió 1Corintios-    y dan un testimonio de la Resurrección que es, en general, coherente. 
   Una aparición a las    mujeres, a los Doce en diversos momentos dentro y alrededor de Jerusalén, y a    otros más en Galilea, seguida de una aparición a Pablo algunos años después    (sin contar varios fenómenos de visiones, que son de un orden diferente). Los    quisquillosos son aficionados a hablar de las discrepancias entre los    Evangelios (libros escritos con décadas de diferencia para audiencias    diferentes y con distintos propósitos teológicos). Pero lo que realmente    destaca es qué parecida es la historia en todos ellos. Si las discrepancias    menores que los distinguen realmente significan que son falsos, entonces    debemos concluir también que John Fitgerald Kennedy nunca fue asesinado, dadas    las numerosas discrepancias en los testimonios de los testigos. 
   En efecto, son a    menudo los detalles los que resultan más persuasivos. De esta forma, otra cosa    que nadie haría nunca es inventarse el lugar del entierro de Cristo: la tumba    de José de Arimatea, un miembro del Sanedrín. Es exactamente el tipo de    detalle que da a los Evangelios el aroma de la realidad. Si uno se inventa la    historia, pondrá el cuerpo en la tumba de algún discípulo devoto, no en el    sitio de descanso final de un miembro del organismo dominador al que oponemos    lo más amargo del mensaje. 
      La tumba vacía, ¿no sería otra tumba?
   La mención de la    tumba conduce a algunos a otra de las teorías favoritas: concretamente, que    los discípulos fueron a la tumba equivocada y llegaron a la conclusión de que    Cristo había resucitado. Uno no puede sino preguntarse ¿de qué creen estos    teóricos que está hecha la gente? 
   Que los apóstoles    concluyan que Jesús es el Señor Resucitado y glorioso de todo lo creado, en    base a una tal pifia, requeriría una estupidez sobrenatural no solamente por    su parte sino por parte de las autoridades de Jerusalén. Aunque toda la    Iglesia primitiva fuese tan obtusa que no pudiese encontrar el lugar de reposo    final del Hombre que era el foco de su devoción, seguro que alguien en la    élite de Jerusalén opuesta a la secta creciente de los nazarenos podría haber    dicho: "Esto…, ¿chicos? Aquí está el cadáver. Estabais mirando en el lugar    equivocado. La próxima vez preguntad para no perderos." José de Arimatea    podría haber sido de ayuda aquí. Y también las mujeres, que vieron dónde se Le    ponía. Una teoría así resulta el doble de tonta cuando tenemos en cuenta la    fascinación de la Iglesia primitiva con las reliquias y las tumbas. Las    primeras liturgias tendían a celebrarse en lugares funerarios, y sin embargo    no hay culto en torno a la tumba más importante de todas. ¿Por qué? Es como si    la tumba estuviese vacía o algo así…
      "Jesús no murió, sólo quedó malherido y escapó"    
   Lo que nos lleva,    en nuestra taxonomía de alternativas a la Resurrección, a las diversas teorías    de "escapatoria de la muerte - desmayo", la idea de que Jesús de algún modo    evitó la muerte, bien abandonando la ciudad y dejando un pelele que ocupase Su    lugar, o soportando la crucifixión y escapándose de la tumba. Es difícil decir    qué versión de esta teoría es más ridícula. Si hay un hecho histórico que no    ha sido discutido ni siquiera por los historiadores más ateos, es el hecho de    Su muerte. Aunque no supiésemos nada más sobre Él, sabríamos al menos que    murió crucificado fuera de los muros de Jerusalén alrededor del 30 d. C.
   Y aun así algunos    insisten en que no murió. Como una especie de Elvis del siglo I, asumió una    jubilación repentina y misteriosa, en contradicción aguda con todo lo que    había dicho y hecho antes, para fundar una dinastía o estudiar filosofía o    algo así en una tierra remota. ¿Cuáles son las pruebas de esto? Bien, en    realidad no hay ninguna, sólo indicios, suposiciones, y "qué-pasaría-si"… Se    parece bastante al pensamiento que subyace detrás de los libros de Von Daniken,   Los Carros de los Dioses, sobre el origen extraterrestre de la raza    humana. Es un caso de teoría en busca de pruebas, no de pruebas que dan lugar    a una teoría. 
   Mientras tanto, la    gente que estaba allí da testimonio, no de que Jesús dejase la ciudad justo    después de la Última Cena (una cena en la cual específicamente predijo Su    Pasión con una exactitud extraña que reduciría a Pedro a lágrimas cuando se    cumplió) sino que Jesús se dirigió hacia la traición, el juicio y la    crucifixión. Y de nuevo, ¿para qué los fundadores del nuevo culto se habrían    inventado esta profecía y su embarazoso cumplimiento? En efecto, testigos    oculares como Juan vieron a Jesús tanto en el juicio como en la crucifixión.    Así que no hay muchas formas de que Jesús escapase de la ciudad dejando a    alguien que cargase con el fardo.
   ¡Ah! Pero es que    Juan sólo creyó que veía morir a Jesús. En realidad el Nazareno recibió un    vino drogado: se desmayó luego y despertó en una tumba, fría como un    congelador, en una fresca mañana de abril. ¡El escenario perfecto para    recuperarse drásticamente de los azotes, la crucifixión, la pérdida masiva de    sangre, el impacto y una herida de lanza en el corazón, como recomiendan nueve    de cada diez doctores! Entonces salió tambaleándose (después de librarse de    algún modo de las vendas selladas a Su carne rota) y empujando la piedra de un    montón de toneladas que sellaba la tumba, se fue a donde los discípulos    cojeando con Sus pies ensangrentados, les enseñó Sus manos (completas con    pulgares permanentemente inmóviles debido a un daño nervioso irreparable), y    jadeó una especie de saludo entre puñaladas de dolor espantoso por la herida    de lanza.
La mayor parte de la gente, enfrentada con un espectáculo tan horroroso,    marcaría el 911. Los discípulos, en cambio, lo saludaron como el Conquistador    Glorioso de la Muerte y Señor del Universo y fundaron una religión. 
      La teoría de las alucinaciones masivas tangibles que    comen pescado
   "Vale, de acuerdo",    dice el escéptico inasequible al desaliento, "Jesús murió. Y los discípulos no    robaron el cuerpo y no mintieron. Simplemente alucinaron. Juntos. Los    quinientos. Durante 40 días. No, si realmente..." 
   Incluso dejando a    un lado el molesto tema de la tumba vacía (con los ropajes funerarios vacíos    en su interior) queda aún un problema acerca de la naturaleza de las    alucinaciones. La alucinación de masas es sumamente rara. Tan rara, de hecho,    que se invoca normalmente sólo para explicar cosas como, ¡vaya!, la    Resurrección. El resto del tiempo, cuando 500 personas dicen que vieron a    alguien y hablaron con él, los creemos, especialmente cuando no tienen nada    que ganar con ello… o cuando por decirlo se les condena rutinariamente a    muerte. 
   Y tenemos otros    problemas que tratar si queremos considerar la Teoría de la Alucinación    Masiva. Ante todo, está el hecho curioso de que se supone que alucinaciones    como esta son el resultado de fantasías que intensamente se desean ver    cumplidas. Los testigos probablemente querían que Jesús estuviera vivo con    tanta fuerza que se autoengañaron y pensaron que Lo veían. Sin embargo, sus    discípulos no supieron reconocerlo en al menos tres ocasiones. Se nos dice que    estaban tan desesperados por verlo que se autoengañaron para verlo, pero al    mismo tiempo vemos que caminaron con Él medio día y no se dieron cuenta.    Extraño. Y más aún, ¿qué alucinación se puede tocar y come pescado?
      El Jesús-ilusión de los neognósticos
   Ello nos lleva a la    escuela de pensamiento gnóstico o New Age de Jesús-como-ilusión-divina. Pero    si el Cristo Resucitado fue realmente una ilusión puramente espiritual enviada    por la Divinidad para enseñarnos elevadas verdades sobre la insignificancia    del cuerpo y la necesidad de superar nuestra humanidad, ¿existe algo que    oscurezca más esta enseñanza que un cuerpo que Tomás podía tocar, un cuerpo    que respira aire y come pescado? De todas formas, no parece que los apóstoles    se hayan quedado con esas verdades superiores. Por el contrario, enseñan que    Cristo Resucitado ha resucitado corporalmente, y que no sólo es completamente    Dios sino también completamente humano, aunque glorificado. 
   Un cuerpo    resucitado. Glorificado. Completamente Dios y completamente hombre. Cuando las    alternativas se han consumido todas en una estéril demanda de nuestra    atención, es la vieja historia cristiana lo que nos persuade. Es la historia    del Conquistador de la Muerte que ha sufrido el aguijón de la muerte y ha    elevado nuestra naturaleza humana sacándola del sepulcro para que también    nosotros seamos resucitados. Lo puedes leer todo en el Nuevo testamento, sin    explicaciones alternativas. Un libro de lo más convincente, especialmente    cuando tantos escépticos nos llevan a murmurar "¡casi me persuades de hacerme    cristiano!". 
   La Resurrección es    la piedra angular objetiva de la fe cristiana. Sin ella, no tienes un    Evangelio purificado de superstición. Lo que tienes es una basura de    conclusiones "reales" de renta baja para la historia de Cristo que son mucho    más difíciles de comprar que la explicación cristiana. Al final del día, lo    que permanece es que "si Cristo no ha resucitado, vano es entonces que    prediquemos, y en vano es nuestra fe" y "de todos los hombres, somos los más    dignos de lástima" (1 Corintios 15:14, 19). Pero eso nunca pareció preocupar a    Pablo, ya que "la verdad es que Cristo ha sido resucitado de entre los    muertos, la primicia de entre los que duermen". (1 Corintios 15:20).